Fugaz...

19:05:00 / Y no por ser de nadie, es de Chico apocopado /


Posiblemente me oyera al salir. Ella, cuando quería, tenía el oído más fino del lugar. Pero creo que no sucedió tal cosa, aunque si lo expresé en voz baja fue porque, en parte, quería que me oyese, pero mi pudor me vence. No desearía que pasara lo que temo si se lo dijera a la cara, porque tal acto me destrozaría para siempre. Le tengo mucho aprecio, y respeto, además de abundante cariño. Creo que la amo, y si no es eso, es que tengo una preocupación especial por su estado... Estoy confuso.
Decidí salir a despejarme las ideas y a fumarme un cigarrillo que había pedido anteriormente. La verdad es que en esos momentos lo necesitaba. Expulsaba con su humo la rabia que tenía por dentro. Miré hacia arriba. Era una noche entrecortada: había pocas nubes, pero predominaba sobre todas ellas un nimbo oscuro que intimidaba a las pocas estrellas que brillaban amilanadas.
Un taconeo incesante acechaba a mis oídos y se aproximaba al bruno banco metálico en el que me encontraba. Era ella.
- ¿Tienes algo que decirme?
- ¿Yo? No.
Le mentí. Deseaba hablarle sobre ello. Era un complejo problema que estaba instalando su cruel imperio en mi cabeza y no me dejaba actuar en ningún campo de ninguna manera.
-¿Seguro?
No era tonta. Bien sabía lo que yo pensaba, pero prefería hacerse la loca. O eso creo. A lo mejor me equivoco y resulta que la había idealizado en ese aspecto.
-Seguro, no te preocupes. Anda, vete.
Era así de masoquista. Prefería seguir sufriendo a arriesgarme y, ¿quién sabe?, poder triunfar.
No quiso irse. Se quedó allí, apalancada, mirando al infinito que nos cubría a los dos. Eran las cinco y veinte de la madrugada cuando ojeé el reloj de la farmacia, parpadeante como siempre. Su rubeo color prevenía que la sangre se me helara, que tuviera todavía contacto con la realidad y dejarme claro que estaba allí, mirando a la nada, pensando en nada, a su lado...
Era una situación un tanto anómala. Siempre estábamos riendo, haciéndonos bromas, hablando, etc. Mientras recordaba esos momentos agradables, una canción sentía a lo lejos dentro de mí. Era '¿Quién me ha robado el mes de abril?', del maese Sabina. ¡Puff!, ¡lo que me faltaba esa noche!
La miré. Con una tímida sonrisa algo forzada, buscaba entre los huecos que dejaban las nubes su estrella. Me levanté. Reaccionó y me siguió con la mirada. Fulminé sus ojos con los míos...