Imagina que lo estás leyendo

18:19:00 / Y no por ser de nadie, es de Chico apocopado /


Imaginemos que un día te levantas. Imaginemos que no hay mantequilla en la nevera para las tostadas. Da igual, puedes ir a comprar más tarde. Imaginemos que, tras tener un desayuno un poco pobre, vas a conectarte a Internet y no hay conexión. Bueno, ya vendrá. Imaginemos que te decantas por escuchar algo de música, pero te topas con que, en la biblioteca de medios del reproductor de Windows te han borrado todas las canciones. Imaginemos que te aburres. Pues decides salir a la calle a comprar la dichosa mantequilla. Imaginemos que es domingo y, por consiguiente, no abrió ninguna tienda y no puedes adquirir el maldito producto. Imaginemos que te vuelves a casa resignado, pero, ¡sorpresa!, te encuentras con que no tienes llave. ¿Por qué? Porque te la dejaste puesta y alguien la cogió para poder aprovecharse y meterse de okupa. Imaginemos entonces que te da por llamar al 112, pero resulta de que la compañía te tiene restringido el envío y el recibimiento de llamadas porque tu saldo, que era de 19'29 euros, ha caducado y no te dejan hacer nada. Imaginemos que te da por pedir ayuda al vecino, pero al afortunado le tocó un viaje a Mallorca en el programa del rubio ese y de quien menos se iba a acordar en ese mismo instante era de ti. Imaginemos que te dan ganas de llorar de una vez por todas, pero eres alguien rudo y chapado al tópico de macho ibérico, con lo que tu arcaica conciencia no te lo permite. Imaginemos que, por acabar con ese día, decides suicidarte tirándote al puente, pero está en obras y no hay manera alguna de acceder. Por ningún lado. No puedes acabar con esa situación. Imaginemos que, como última salida, decides ponerte en medio de la autovía, pero en los extremos están echándole alquitrán, con lo que está cortada. Ya, por último, aceptas esa forma de vida, y, raramente, fruto de una fugaz locura, no la cambiarías por nada.

Imaginemos que todo era un sueño, que te despiertas. Abres los ojos, te los frotas y ves que de nuevo estás en el mundo real, donde nunca pasa nada y todo es predecible. Imaginemos que no pasa nada malo. Imaginemos que tu vida, la del sueño, se ha esfumado. Te dan ganas de suicidarte. Agarras la navaja de afeitar y te cortas tus azules venas. Imaginemos que la sangre se desparrama por todo un espejo y que, de él, cae una gota que impregna tu peine. Imaginemos que se impregna en un manojo de cabellos que reposaban entre las púas. Imaginemos...